Al plantearme la grata obligación de definir de algún modo los sentimientos que experimento ante los bronce y las joyas de Fina, me quedé sorprendido cuando, al abrir por casualidad un libro dedicado a la poesía española, leí las primeras cuatro líneas de un soneto de Juan de Tarsis y Peralta:
En ondas de los mares no surcados
navecilla de plata dividía;
una cándida mano la regía
con vientos de suspiros y cuidados.
Eran perfectamente las imágenes de las obras de Fina; incluso el sentimiento me pareció muy cercano al mio. En verdad, pensé, el mundo de Fina es un mundo de impulsos contenidos, donde, incluso los pájaros contienen el aliento, las hojas de bronce pintado el propio temblor querido, las casas – la vida.